Por suerte, justo cuando estoy por irme a dormir con dolor de cabeza, malhumor y una sensación general de desaliento, llaman esos amigos que no veo desde hace mucho y me invitan a comer pizza y charlar un rato en un local cercano y barato. Y entonces todo vuelve a estar bien, aunque la casa esté en desorden, no haya lavado los platos, la migraña incipiente aún me amenace y algunos motivos objetivos para inquietarme aún estén presentes. Porque es poca la gente con la que se puede hablar de modo directo, despierto y genuino. Y con B y L llevamos ya más de 12 años manteniendo ese tipo de diálogo.
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