Cambiamos. Cambiamos tanto, que casi no nos reconocemos en la estudiante universitaria de hace unos años, o en la adolescente que escribía frases intempestivas en algún cuaderno. Y sin embargo, extrañamente, de golpe nos vemos retomar- de un modo nuevo, con otras herramientas y otro contexto- viejos gustos y hábitos infantiles, y encontramos líneas de continuidad entre las ideas más recientes, las nuevas costumbres y prácticas, y las cosas que nos impactaban y entusiasmaban a los 5, a los 7 o a los 10 años.
La ciencia ficción que leía a escondidas en casa de mis tíos, porque ellos insistían en que eran libros para adultos y nos los iba a entender. Las horas pasadas imaginando cómo armar juguetes para mis muñecas con pequeños cartones y plásticos de los que el resto de mi familia quería deshacerse. Las tardes mirando a mi abuela cortar en tiras delgadas los sachets de leche para tejer con ellas bolsas para hacer las compras. El gusto por el viento, por los dibujos a lápiz, por las miniaturas de vidrio, que mi mamá me traía de regalo cuando volvía de viaje. El escritorio de juguete en el que me sentaba a "escribir" todas las tardes. Todo ello se recupera en la mujer que a los treinta años trabaja escribiendo ideas frente a una computadora, se obsesiona con el cuidado del medioambiente y la recuperación de materiales, diseña juguetes mínimos en pedazos de papel mientras asiste a cursos, agota a su pareja que la acompaña una y otra vez a ver las mismas casas de artesanías, recorta por las noches pedazos de papel y plástico, y se entusiasma porque en su pieza aún la espera algún nuevo libro de ciencia ficción.
La ciencia ficción que leía a escondidas en casa de mis tíos, porque ellos insistían en que eran libros para adultos y nos los iba a entender. Las horas pasadas imaginando cómo armar juguetes para mis muñecas con pequeños cartones y plásticos de los que el resto de mi familia quería deshacerse. Las tardes mirando a mi abuela cortar en tiras delgadas los sachets de leche para tejer con ellas bolsas para hacer las compras. El gusto por el viento, por los dibujos a lápiz, por las miniaturas de vidrio, que mi mamá me traía de regalo cuando volvía de viaje. El escritorio de juguete en el que me sentaba a "escribir" todas las tardes. Todo ello se recupera en la mujer que a los treinta años trabaja escribiendo ideas frente a una computadora, se obsesiona con el cuidado del medioambiente y la recuperación de materiales, diseña juguetes mínimos en pedazos de papel mientras asiste a cursos, agota a su pareja que la acompaña una y otra vez a ver las mismas casas de artesanías, recorta por las noches pedazos de papel y plástico, y se entusiasma porque en su pieza aún la espera algún nuevo libro de ciencia ficción.
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