Despúes de días de charlas, reuniones, presentaciones, conferencias y reuniones de grupo, quiero detenerme un poco. He visto y escuchado mucho, y más de una vez me encontré pensando que sería mejor hacer menos y mejores cosas. Nos premian por la cantidad, por la productividad, y nos acostumbramos de a poco al ritmo y al vértigo incesantes. Y sobrecargamos nuestro tiempo y el de los otros de charlas y reuniones, trabajos y propuestas que nadie escucha, que nadie mejora, en las que nadie se detiene.
Ahora bien, al menos en lo laboral, hay vértigos y vértigos. Están la emoción y el riesgo de armar algo nuevo, de probar lo que nunca se hizo. De intentar, siquiera con fallas, lo vale la pena que exista pero aún no tiene forma. Y está sencillamente el vértigo por la mera yuxtaposición de cosas, por el exceso de compromisos, de tareas diarias que acabar, de clases y ponencias que se multiplican, todas similares, todas más o menos prescindibles.
Con esta distinción en mano, creo que va a ser más fácil elegir mis próximos proyectos. Creo que va a ser cuestión de quedarse- en la medida de lo posible- con el vértigo bueno, desechar el malo y, en los ratos libres, disfrutar la calma.
Con esta distinción en mano, creo que va a ser más fácil elegir mis próximos proyectos. Creo que va a ser cuestión de quedarse- en la medida de lo posible- con el vértigo bueno, desechar el malo y, en los ratos libres, disfrutar la calma.
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