Sabemos más de lo que nos dicen. Sabemos leer manos y gestos, silencios y miradas. Posiciones del cuerpo. Hacia dónde gira la espalda? A dónde apuntan los pies? Tonos de voz. Sonrisas. Ritmos del habla y del movimiento. La inclinación del cuello, la curvatura de los hombros, el temblor en las manos, la apertura de los ojos, la elevación de las cejas, el cansancio o la alegría en la piel.
Leemos con velocidad vertiginosa en los cuerpos las intenciones de los otros, sus pretensiones, sus anhelos, sus temores, sus convicciones.
Sabemos más de lo que nos dicen y los otros saben más de lo que decimos. Nos conocemos más de lo que admitimos. A menudo, incluso, sabemos que otros saben lo que no decimos. Y sabemos que saben que sabemos lo que no nos dicen. Y mantenemos así todo tipo de diálogos no verbales, de conversaciones subterráneas que acompañan las a menudo escuetas y convencionales comunicaciones linguísticas cotidianas.
Leemos con velocidad vertiginosa en los cuerpos las intenciones de los otros, sus pretensiones, sus anhelos, sus temores, sus convicciones.
Sabemos más de lo que nos dicen y los otros saben más de lo que decimos. Nos conocemos más de lo que admitimos. A menudo, incluso, sabemos que otros saben lo que no decimos. Y sabemos que saben que sabemos lo que no nos dicen. Y mantenemos así todo tipo de diálogos no verbales, de conversaciones subterráneas que acompañan las a menudo escuetas y convencionales comunicaciones linguísticas cotidianas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario