sábado, 2 de agosto de 2008

Café y lluvia

Por la siesta salimos con D. a tomar café. Fuimos a un lugar conocido, un mini-bar de pocas mesas. Hoy sin embargo, la gente que trabaja en el el bar había cambiado. La moza era una mujer de rostro triste y movimientos lentos, concentrados. Al servirnos el cafe nos dijo- despacio, con cuidado, como si hablar fuera difícil- que había acompañado cada taza con un bocadito de chocolate blanco.
Se me ocurrió pensar (imaginar?) entonces que esa mujer tenía pocas pocos placeres, oportunidades o alegrías. Hubiera querido ayudarla, comunicarme con ella. Pero es difícil ir más lejos de cierta amabilidad pasajarea con los extraños.
Al volver a casa llovía y las calles se sentían frescas, limpias, recién lavadas.

2 comentarios:

Humo dijo...

Es curioso lo que sucede a veces con los extraños. De repente, sin explicación previa, sentimos -por algo que advertimos- un lazo que nos acerca. Tenemos el impulso de ayudar,o nos compadecemos como si todos estuviéramos en un mismo barco a punto de hundirse. Cierta vez, hace muchos años, estaba en un hospital, esperando recibir un turno para hacerme un estudio. El hombre de adelante, bastante mayor que yo, me preguntó qué me pasaba. Le conté angustiado. Me dijo que estaba seguro que todo saldría bien (tenía razón). Le devolví la pregunta, y me contó. Los dos sabíamos que su situación era más complicada. Cuando salí del hospital, tenía ganas de llorar, no por mí, sino por él. Nunca más volví a verlo, pero siempre me he preguntado qué habrá sido de él.

uma dijo...

Gracias Humo! Es bueno enterarse de que no soy la única que siente de golpe, de pronto y sin explicación, algún tipo de vínculo, de preocupación e interés, por un/a desconocido/a...
Agrego, de paso, que una de las razones por las que me gusta leer- y ahora escribir- un blog, es porque me parece que son espacios que tienen la peculiaridad de mostrarnos estos aspectos de las personas que, de otro modo, a menudo pasarían inadvertidos.