Es bien cierto que, a menudo, el buen trabajo intelectual es producto de la tarea cotidiana de sentarse, hora tras hora y papeles en mano, a leer, subrayar, escribir, conectar ideas. Aún cuando uno se haya despertado gris. Aún cuando mire la pantalla en blanco sin la menor idea de qué escribir. La tarea constante produce, poco a poco, caracterizaciones, argumentos, citas, notas al pie, defensas y agradecimientos.
Pero también está el otro momento. Y, después de varios años en estos menesteres, una foma peculiar de autoconocimiento lo anticipa. Las señales son varias: cierta alegría del cuerpo, la sonrisa por nada, la manos que hormiguean, la ansiedad por sentarse ante la computadora o encontrar en algún lado un pedazo de papel. Uno no sabe aún qué va a escribir. No sabe siquiera qué va a pensar. Pero sabe qué está por escribir algo, que está por pensar algo. Y que probablemente ese algo sea el primer nudo sobre el que uno va a volver una y otra vez en los meses siguientes de trabajo rutinario. Puede que haya creatividad en todo el proceso pero, sin duda, ésta es la parte más tumultuosa y la más entretenida.
Pero también está el otro momento. Y, después de varios años en estos menesteres, una foma peculiar de autoconocimiento lo anticipa. Las señales son varias: cierta alegría del cuerpo, la sonrisa por nada, la manos que hormiguean, la ansiedad por sentarse ante la computadora o encontrar en algún lado un pedazo de papel. Uno no sabe aún qué va a escribir. No sabe siquiera qué va a pensar. Pero sabe qué está por escribir algo, que está por pensar algo. Y que probablemente ese algo sea el primer nudo sobre el que uno va a volver una y otra vez en los meses siguientes de trabajo rutinario. Puede que haya creatividad en todo el proceso pero, sin duda, ésta es la parte más tumultuosa y la más entretenida.
2 comentarios:
Bien por esas cosquillas que anuncian que ALGO está por ocurrir.
Gracias!! Hacen bien, efectivamente!
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