Después de trabajar en un millón de proyectos insidiosos, en un par de días parto de viaje.
Y descubro entonces que no anhelo la visita a una gran ciudad, ni las (posiblemente inexistentes) compras, ni las salidas sociales, ni el hotel, ni las horas de trabajo que allá me esperan.
No. Hay solo un punto que concentra mis deseos: el colectivo. Las horas de viaje en un asiento cómodo, sin teléfono, sin internet, sin nadie que pueda pedirme nada. Horas en tránsito en las que no se supone que deba hacer nada. Comiendo comida en una bandejita, tomando café y mirando la ruta de noche, por la ventana.
Y descubro entonces que no anhelo la visita a una gran ciudad, ni las (posiblemente inexistentes) compras, ni las salidas sociales, ni el hotel, ni las horas de trabajo que allá me esperan.
No. Hay solo un punto que concentra mis deseos: el colectivo. Las horas de viaje en un asiento cómodo, sin teléfono, sin internet, sin nadie que pueda pedirme nada. Horas en tránsito en las que no se supone que deba hacer nada. Comiendo comida en una bandejita, tomando café y mirando la ruta de noche, por la ventana.